El conocimiento nos permite romper los límites

Conocimiento y deporte

Por Oscar Martinez

Periodista Deportivo – Ingeniero- Docente UPE

El siglo XXI es el siglo del conocimiento. La sociedad está inmersa en la era de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs). Los datos están por todos lados. Nos ayudan a mejorar en nuestro trabajo. Facilitan las tareas. Podemos analizar nuestro rendimiento y así descubrir fácilmente las fortalezas y debilidades que tenemos para potenciarlas o trabajarlas, según sea necesario.

Aquella idea que esbozó el filósofo de la gestión empresarial Peter Drucker a partir de la década de 1970 y que se profundizó a finales del siglo pasado llega a este 2021 a niveles que solo las mentes más ingeniosas e imaginativas podían haber soñado. La evolución de los dispositivos como TVs, celulares, computadoras o equipos de comunicación es tan elevada que se acelera de manera exponencial que la cantidad de información que podemos recabar se acerca al infinito. La pandemia y las cuarentenas que se impusieron en todos los rincones del planeta para luchar contra el Covid-19 demostraron la importancia de las TICs para acortar distancias y poder reconfigurar la manera de trabajar sin movernos de nuestros hogares, más la inserción del conocimiento y los datos en toda la sociedad. Funcionó la política, con sesiones virtuales en parlamentos, cumbres y conferencias. Funcionó la educación, con clases virtuales y trabajos a distancia que, en algunos aspectos, definitivamente se quedarán en el futuro. Funcionó en las relaciones personales, con los festejos de cumpleaños vía Zoom ante la imposibilidad de juntarse con los seres queridos. Funcionó en el ámbito laboral, que cambió para siempre la vida de millones de personas que a partir de esta era tienen al home office como principal modalidad de trabajo. Y también, funcionó en el área deportiva.

Las reproducciones de tutoriales de entrenamiento se dispararon por millones entre la gente que tiene a la actividad física de manera recreativa o amateur como estilo de vida. Y también, los deportistas profesionales necesitaron llevar al máximo las posibilidades que la era del conocimiento les brindaba para poder mantenerse a pleno durante el tiempo en el que el mundo se detuvo. Sin embargo, este fenómeno fue solamente la máxima expresión de algo que venía sucediendo hace mucho años ya, que era el aprovechamiento de la tecnología, los datos y el conocimiento para llevar a los atletas a límites insospechados incluso antes del surgimiento de las TICs.

La utilización de información y la necesidad de acceder a datos y estadísticas ya es común en el deporte de alto rendimiento. Si queremos poner un punto de partido para esta historia, podemos poner la aparición de los Juegos Olímpicos modernos allá por 1896, gracias al impulso del célebre barón francés Pierre de Coubertin con su “altius, fortius, citius” (más rápido, más alto y más fuerte). Desde ese momento hasta la actualidad, los atletas utilizaron cualquier información o dato que le aportara conocimiento para mejorar su rendimiento.

A comienzos del siglo XX, ni siquiera se podía soñar con las TICs (salvo algún Julio Verne o Nikola Tesla). Pero los deportistas más avanzados de la época utilizaban los recursos tecnológicos que tenían a mano para crear su mini sociedad del conocimiento en base a los datos que podían recolectar.

El primero que hizo una gran diferencia con esto fue el “finlandés volador”, Paavo Nurmi. Múltiple campeón olímpico, ganador de nueve medallas doradas y tres de plata, este corredor de media y larga distancia innovó con un simple objeto: un cronómetro.

Nurmi revolucionó el concepto de entrenamiento. Estableció el sistema de “pasadas” que todavía se utiliza en el atletismo y en otras actividades físicas. Fue el primer deportista que utilizó los datos que le arrojaba un reloj con segundero para regular el esfuerzo durante sus carreras y mantener un ritmo constante que demoliera a sus rivales, que simplemente intentaban correr con todas sus fuerzas desde el comienzo de las competencias y llegaban a la meta arrastrándose en la pista.

Nurmi también fue el primer deportista en anotar metódicamente los alimentos que consumía para luego señalar como rendía su cuerpo según lo que había comido y aprender así que debía ingerir para que etapa de su entrenamiento o competencia. De manera rudimentaria y sin la tecnología y los conocimientos de la estructura del cuerpo humano y la composición de los alimentos, Nurmi buscaba el conocimiento como medio para su fin de colgarse todas las medallas posibles. Cuenta la leyenda que la única carrera que perdió el argentino Juan Carlos Zabala antes de su consagración en el maratón de Los Ángeles 1932 fue ante un enojado Nurmi. Dicen que el “Nandú criollo”, víctima de su propia juventud, le sacó la lengua al gran campeón de manera irreverente cuando lo superó a comienzos de la competencia. El “finlandés volador” se mantuvo estoico, ceñido a su plan de carrera gracias a los datos recabados durante toda su trayectoria. Y el final fue para el dueño del conocimiento por sobre el talento natural sin contención metodológica: Nurmi cruzó la línea de meta antes que nadie.  

Más adelante en el tiempo, justo un año antes de que Drucker escribiera en su libro más famoso –“La era de la discontinuidad”- la sección sobre “la sociedad del conocimiento”, los Juegos Olímpicos de 1968 mostraron otro ejemplo cabal de la importancia del conocimiento a la hora de la máxima competencia.

Uno de los atletas más destacados de la cita olímpica que se desarrolló en México DF fue el estadounidense Dick Fosbury, que ganó la medalla de oro en la competencia masculina de salto en alto. Si miramos un video de Fosbury, nada nos sorprenderá. El saltarín toma carrera, se acerca desde un costado dando grandes zancadas hacia el listón, y cuando está a una distancia conveniente pica con una pierna, se eleva y rota su cuerpo para quedar boca arriba, se suspende en el aire con su espalda “mirando” al suelo, pasa por encima de la varilla y cae en la colchoneta gigante dispuesta para eso. La importancia de este movimiento que nos parece tan común, es que hasta la llegada de Fosbury, todos los atletas saltaban “de frente” al obstáculo, mirando hacia el piso y con el abdomen por encima del listón. O “de costado”, haciendo una extraña y antinatural “tijera” con ambas piernas para pasar primero una y después la otra por encima de la varilla.

En ese momento estudiante de ingeniería civil en la Universidad de Oregon, Fosbury desarrolló una manera de saltar que es más efectiva desde un punto de vista biomecánico, porque el movimiento conocido como “rodilla ventral” permite dejar menos espacio entre el centro de gravedad del saltador y el listón a superar. De esta manera, se gana altura con menor esfuerzo. Con este conocimiento adquirido en la universidad y aplicado a su faceta deportiva, Fosbury reescribió como nadie los libros de atletismo.

Nurmi y Fosbury son apenas dos muestras de la era previa a la sociedad del conocimiento. Hoy nos parece normal observar a cualquier deportista entrenarse con muchos cables o sensores adheridos a su cuerpo, para recabar información de su rendimiento. Es la manera en la que el deporte y la actividad física se fusionó con la era del conocimiento.

Las disciplinas más ligadas a la tecnología son aquellas que más y mejor uso de las TICs hacen.
El campeonato de Fórmula 1 de este año entre Lewis Hamilton y Max Verstappen es una vidriera maravillosa para eso. La telemetría que mide al milímetro aceleraciones y frenadas de las máquinas para detectar los sectores en los que los pilotos deben arriesgar más o levantar el pie del acelerador es una de las tantas utilizaciones del conocimiento y los datos. En las últimas carreras sorprendió una luz roja que aparecía por debajo del piso del Mercedes Benz de Hamilton. Se supo que era un nuevo sensor que le enviaba a los ingenieros de pista los datos de cómo patinaba el auto a la hora de frenar, para que luego de procesar esa información, los expertos definieran mejor la puesta punto del auto para ganar la centésima de segundo necesaria para ganar una clasificación y largar adelante del resto un Gran Premio.

Pero la sociedad del conocimiento se impuso también en deportes en los que el atleta no tiene que utilizar ninguna máquina.
Antiguamente, para los entrenadores de básquetbol era fundamental el trabajo de “scouting” de sus colaboradores. Ellos debían analizar a los rivales para luego anticiparse a sus movimientos y defender mejor para quitarles el balón y luego atacar sus debilidades para anotar. En la NBA de Estados Unidos, sus libretitas y anotaciones desprolijas fueron desplazadas por aplicaciones y programas que cargan al instante los datos de todas las jugadas y defensas. Así, si un jugador “X” toma el balón y lo pica dos veces con su mano derecha, el programa le enseñará al humano que probabilidades hay de que ese rival elija penetrar hacia el aro, lanzar desde larga distancia o pasarle la pelota a un compañero.

En 1996 y 1997, cuando la era del conocimiento comenzaba a acelerar su avance sobre la sociedad, se dio el primer gran revés de las TICs y una polémica revancha. La supercomputadora “Deep Blue” desafió al gran campeón de ajedrez Garry Kasparov.

“El Mago de Bakú” venció en el primer test match y aceptó darle la revancha al año siguiente. Apenas meses después, el avance tecnológico fue demoledor para el que está considerado por muchos el mejor ajedrecista de la historia. El nuevo software de “Deep Blue” no solo aprendía los nuevos movimientos que Kasparov realizaba partida tras partida, sino que también los incorporaba a su repertorio. El gran maestro perdió y no soportó la derrota: dijo que había trampa y que la supercomputadora era “ayudada” entre juego y juego por mentes humanas que le cargaban nueva información. Dentro del mundo del deporte, este tal vez haya sido el punto de inflexión durante la sociedad del conocimiento. La mente más ágil jamás conocida en el “juego-ciencia” cedía su trono ante la innovación tecnológica.
En el polo se clonan las mejores yeguas y caballos para volver a tener ejemplares de máximo nivel para jugar en el Abierto de Palermo. En el atletismo, cada nuevo modelo de zapatilla debe ser aprobado por la federación internacional de esa disciplina porque los calzados tienen tanta tecnología en sus suelas que pueden llegar a otorgar una ventaja a sus usuarios en detrimentos a quienes tienen otros zapatos.

La tecnología de las raquetas de tenis y palos de golf han permitido que los deportistas del siglo XXI tuvieran una potencia en sus ejecuciones que Guillermo Vilas o Jack Nicklaus ni siquiera hubiesen podido imaginar en sus más alocados sueños. Y así podemos encontrar ejemplos en todos los deportes.

El más popular de todos, el fútbol, es tal vez el más reticente a aceptar que está inmerso en una sociedad del conocimiento. A nivel juego, todavía se discute el VAR para intentar otorgarles a los árbitros una herramienta moderna para recabar más información e impartir justicia de la mejor manera. Y aún hoy, hay quienes descreen de la filmación de entrenamientos o la utilización de drones para lograr imágenes panorámicas a la hora de recabar datos.

Pero en el alto nivel, ya todos podemos ver que cuando un jugador se quita la camiseta tiene puesto una especie de top deportivo con un GPS que recolecta la información de cuánto y cómo corrió ese futbolista a lo largo y ancho del verde césped.

Por suerte, el talento no es algo que se pueda adquirir mediante las TICs. Por eso es que todavía generan admiración los Lionel Messi, Cristiano Ronaldo, Lebron James, Usain Bolt, Michael Phelps, Roger Federer, Tiger Woods, Serena Williams, Luciana Aymar y otros tantos nombres ilustres de la galería deportiva. 

Pero lo más importante es que estos genios son los primeros en utilizar lo último de lo último en cuanto a la adquisición de datos para aumentar el conocimiento sobre ellos mismos y así continuar como los reyes y reinas de sus deportes. Nada mejor que conocer sus propios límites para intentar romperlos. Con la ayuda del conocimiento.

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